Nadie puede ya alegar ignorancia: somos nosotros, los países «desarrollados», los que vendemos las armas que les matan, los que apoyamos los gobiernos corruptos que les oprimen, los que expoliamos sus riquezas y provocamos su miseria.
Son los grandes potencias las que han convertido esos países en un tablero de ajedrez donde juegan sus partidas de dominación y no impiden, sino que alargan, las luchas fratricidas.